En Castellón se celebraban desde antiguo diversas ferias, pero siempre fue la más importante la de Todos Santos, precisamente por la razón expuesta, pues aquí la producción de mayor cuantía hasta el advenimiento de la industria naranjera fue el cáñamo, que ya está para vender en Noviembre, lo mismo que las habichuelas preferidas, de darrere canem , y en las cosechas de secano el vino y la algarroba. Por eso vencían los arriendos en San Juan de Junio, pero la costumbre estableció que se pagasen en Todos Santos. Alas otras ferias se las denominaba por el santo o la fiesta correspondiente; a la de Noviembre se la llamaba la de Catelló, como significando que es la propia, la predominante.
Verificábase primeramente, desde que la instituyó D. Jaime I en 1269, el día 10 de Octubre, durando diez días; Alfonso IV, hallándose en Castellón en 1334, ordenó que comenzara el 18, día de San Lucas y durase quince días, por observar que acudían multitud de gentes de lejanas procedencias; luego, hacia fines del siglo XV, empezaba el 28, continuando así hasta ser trasladada, en las postrimerías de la XVIII centuria, a la fecha actual de Todos Santos, o sea primer día de Noviembre.
En los primeros tiempos tenía su campo lleno de paradas y rústicas instalaciones sueltas, en Jo que ahora son la plaza de Tetuán y vías a derecha e izquierda de ésta, pues nada había aun edificado más allá de los muros que seguían la línea de la actual calle de Alloza. A eso se debe que la de Zaragoza que también se llamó de San Juan, se denominase antes de la Fira y que la puerta que cerraba su salida fuese el portal de la Fira igualmente. En 7 de Abril de 1686 acordó el Concejo cerrar dicha puerta que por estar en un rincón del muro dificultaba el tránsito y abrirla en el centro frente a la calle; y entre las razones que para hacerlo alegó figura la de que así «quedará hermoseada aquella parte y se espera que a la parte de fuera se fabricarán algunas casas,» lo cual confirma que todavía no eran aquellos contornos más que campos sin edificación.
Cuando entre el citado y el siguiente siglo empezaron las construcciones exteriores, se pensó en trasladar el campo, que por fin pasó a la plaza Mayor, desde donde en 1876 se cambió a la Nueva o del Rey, quedando por último definitivamente instalada en el salón central de los paseos del Obelisco y Ribalta.
Más importancia que las ferias revisten en la actualidad los mercados. Podría pasarse perfectamente sin aquéllas; no sería posible el abastecimiento doméstico sin éstos.
Castellón celebra el mercado diario, desde fecha muy antigua, en la plaza Vieja, Mayor o de la Constitución, que los tres nombres ha llegado y aun algún otro. Es un hecho generalmente observado el de que los mercados públicos tengan en los pueblos su local en los puntos donde se hallen el Ayuntamiento y la iglesia. Existe para esto la razón de que estas construcciones suelen ocupar lugares céntricos; además, se hallan así mejor vigilados y compaginan para las mujeres la afición religiosa con el curioseo de los artículos sacados a la venta.
La pescadería estuvo desde siglos atrás en sitio actual. Nuestros pescadores la tuvieron siempre bien surtida, aunque en ocasiones motivaron severas medidas por inveterados abusos que en otro libro hemos referido, En 1868 se mejoró la condición de este especial mercado, poniendo cubierta de madera que resguardaba los bancos y más tarde fue sustituida por la de hierro al construirse el costoso y limpio mercado de abastos que hoy posee la ciudad.
Las carnicerías estaban primeramente donde ahora está la capilla de la Comunión de la parroquial y eran propiedad del Municipio. En algunas épocas se transfirieron sus rentas o producto de arriendos y arbitrios sobre ellas establecidos, al clero de la villa, con objeto de pagarle así créditos que contra el Concejo tenía; es decir, que se les daba en tal forma una garantía, como hoy se garantizan empréstitos con las rentas de Matadero y otros impuestos que los Ayuntamientos establecen para satisfacer las necesidades del consumo. Por esta causa se opuso el clero a que se instalasen nuevas expendedurías de carne por los particulares, como sucedió con una que intentaron abrir para sus comodidades los terratenientes de Fadrell, sin que aparte de las indicadas hubiera más que una en lo que es plaza de Clavé; por lo mismo se denunciaba a los que de Almazora venían a vender y se prohibía a los pastores de la villa que matasen en sus casas para hacer venta en las mismas, bajo pena de seis sueldos.
Un detalle: El arrendador de las carnicerías tenía obligación de regalar un toro «bueno para correr y matar» la víspera de la Asunción.
Al construirse en 1663 la capilla, se quitaron para dejarle sitio las carnicerías, trasladándolas a su presente emplazamiento en la plazuela de la Pescadería. Las crecientes necesidades de la población, cuyo notable desarrollo requería mayor abasto, motivaron el establecimiento de un mercado extraordinario, el cual, construida la plaza Nueva, fue instaurado en ella por el gobernador Bermúdez de Castro, celebrándose como ahora los lunes de cada semana.
Las tiendas o sea las casas donde el comercio al detall se ejercía de manera permanente, estuvieron casi sin excepción en las calles que llamamos de Colón y Zaragoza, más en la primera.
Quincalla, zapaterías, soguerías y tejidos tenían allí su puesto. Por eso la de Colón era nominada por el pueblo carrer dels sabaters, de botiguers y dels alemans, el último de cuyos nombres se ha venido dando a los comercios de quincalla y bisutería. Unicamente extramuros, en los arrabales, existía alguna tienda de escasa importancia; en la calle de Enmedio había confiterías y en la plaza Vieja casas de especierias y una sombrerería.
También las tiendas estaban sujetas a impuesto que se arrendaba en subasta. En 1750 se remató por 560 libras (2.100 pesetas) en tres años. De ahí que los tenderos reclamasen contra la prórroga de ferias y contra los vendedores ambulantes o forasteros, ni más ni menos que acontece actualmente.
En diversas épocas se adoptaron medidas por el Concejo encaminadas a prevenir daños y armonizar derechos. A fines del siglo XVII se formaron listas de las mercaderías que podían venderse a diario en las tiendas, quedando prohibidas las que en esas listas no figuraban.
Los tenderos estaban obligados a tener dispuestos para la venta determinados géneros, incurriendo en penalidad si no lo hacían.
En 20 de julio de 1719, los tenderos elevaron un memorial de agravios, en el cual se quejan de que «las tiendas no pueden vender los géneros que están obligados a tener para las necesidades de los vecinos, porque algunos de éstos tienen en sus casas diferentes géneros para vender en los días feriados y también venden en sus casas todos los días». Se acordó que «ninguna persona pueda tener en su casa género alguno tocante y perteneciente a tienda, y los que quieran tenerlos para vender en feriados, los depositen en casa la viuda de Juan Pérez, y si los sacan de ésta para vender en feriados, los depositen de nuevo enseguida, y cuando hagan compras las depositen también en igual casa».
En acta de 10 de Octubre de 1726 se hace constar «Que los anteriores años, en las ferias que empiezan el 28 de Octubre, el corregidor mandó en público pregón que los comerciantes forasteros que traen a vender, no· puedan vender sin hacer manifiesto, y por ello les hacía pagar un tanto. Esto es contra el bien público, mayormente teniendo el Ayuntamiento facultad de hacerles pagar alcabala para ayuda al equivalente y ser mejor para los vecinos el que entren libres y más teniendo Real Privilegio de hacer ferias».
Estas cuestiones tomaron gran importancia y movieron mucho ruido, hasta que el duque de Caylus hubo de cortarlas por terminante sentencia dictada en 15 de Enero de 1738, señalando la jurisdicción y atribuciones correspondientes al corregidor y a los regidores. Es un axioma que las mismas causas producen los mismos efectos, y los axiomas son verdades por todos reconocidas. No debe extrañar, pues, que al cabo de los años se reproduzcan las antiguas cuestiones comerciales, porque la oposición de intereses es perpetua y siempre mirarán el Municipio a sus ingresos, el mercader a su lucro y el público a su economía.
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