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Foto del escritorCarlos Renau Merce

CALLE OBISPO SALINAS

Actualizado: 27 feb

Calle del Palacio o callejón del Obispo

Calle Obispo Salinas

Calle Salinas (1933)

Calle Doctor Pasteur (17/10/1936)

Calle Obispo Salinas (1938)



Antonio José Salinas Moreno.- (Hellin 1732-Castellón 1814). Hijo de Francisco Javier Salinas (medico) y de Mariana Moreno Zurillo, nació el 23 de febrero de 1732 en Hellín (Albacete) y se le impuso los nombres de Antonio José Ramón, siendo bautizado por su tío paterno, Fr. Antonio José; tuvo dos hermanos, Carlos Francisco Javier y Francisca de Paula.

La familia Salinas estaba íntimamente ligada al clero y a la Orden franciscana, así como también a la castrense, representada por el abuelo materno don Bartolomé Moreno Horozco, secretario del rey, teniente de capitán de caballos y ayudante mayor del regimiento de Caballería de Jaén. Ambas tradiciones, levítica y militar, se conservaron en la familia habiendo tanto clérigos como soldados.

Aún no había cumplido seis años el mayor de los hermanos Salinas cuando quedaron huérfanos de padre. Del testamento del médico de la villa de Hellín, se deduce que los Salinas poseyeron bienes en cantidad suficiente para proporcionarse un pasar desahogado. En su testamento hace el médico de Hellín en primer lugar, según cristiana costumbre de la época, algunas mandas pías y dispone lo referente a sus funerales y misas que han de decirse por su alma. Declara a continuación las deudas que tiene contraídas, mandando que se paguen inmediatamente después de su muerte y manda que de sus bienes se saque la dote de su mujer y para el remanente instituye herederos por partes iguales a sus hijos Antonio José, Carlos y Francisca de Paula.

Su educación fue debidamente llevada por su madre y familiares, encauzándola dentro de la tradición familiar que representaba la orden Franciscana, en ella desarrollo toda su preparación y formación intelectual así el 10 de mayo de 1758 ya era franciscano y sacerdote con facultades de predicar, en esta fecha el P. Agustín José Sevilla ministro provincial, dispensándole de las oposiciones, le nombra colegial del Colegio de la Purísima. Tomó posesión de la colegiatura el 2 de julio haciendo el juramento, que prestaban lo mismo los colegiales que los rectores y profesores al tomar posesión de sus cargos, de defender en todo momento el privilegio de la Inmaculada Concepción, él cual no había sido declarado aún dogma de fe. Acabados los estudios en 1761 hizo oposiciones a lector, pero no habiendo obtenido cátedra, le designaron para ocupar la primera vacante que hubiese. Fue enviado entretanto de maestro de estudiantes a Lorca, luego paso Alcázar de San Juan leyendo filosofía a los seglares que acudían tanto a aquél, como a otros conventos de la provincia en los que se cursaban estudios de filosofía. De Alcázar pasó a Villarrobledo, donde desempeñó cinco años el cargo de predicador conventual y luego el de lector de Teología, continuando más tarde la enseñanza de esta materia en Huete, en su capítulo provincial celebrado el 26 de diciembre de 1772 figura el P. Salinas el primero de los tres lectores de teología del convento.

Por otra parte, Antonio José Salinas era sobrino del conde de Floridablanca, siendo este el gran influyente en la corte de Carlos III, Era Floridablanca embajador de Real ante la Santa Sede cuando obtuvo, en octubre de 1774, dispensa de edad para su sobrino a fin de que pudiera ser admitido en el Colegio de San Clemente de Bolonia. Dos años más tarde, podía el embajador comunicar a la Corte que Antonio José había sido condecorado por el gran maestre de Malta y de esta manera Antonio José Salinas, llegó a maestrescolía de Cartagena a los veintiún años.

El 10 de mayo de 1782, en Murcia, fue nombrado por el papa Pío VI Definidor Genera, lo que le hizo renunciar a su rectorado en el colegio de la Purísima.

En Valencia el 12 de octubre 1782 fue elegido el P. Salinas, vicecomisario de la orden, por fallecimiento del P. Abián.

Dos días después se dirige el P. Salinas en carta abierta a sus súbditos, comunicándoles la noticia de la muerte del P. Abián y su elección para sucederle, ordenando a la vez que donde todavía no se hubiesen aplicado los sufragios para el eterno descanso de su antecesor, dijeran tres misas cada sacerdote, trescientos Padrenuestros y Avemarías los hermanos legos, tres oficios de difuntos los coristas y las religiosas tres coronas y otras tantas estaciones. Por último concede a todos los religiosos el privilegio de poder ser absueltos de reservados y censuras por cualquier confesor de la Orden.

Hasta el 15 de mayo de 1784 gobernó el P. Salinas como vicecomisario. En esta última fecha, el Papa le dirigió un breve dándole el título de Comisario General, que retuvo hasta fines de 1789. Durante el septenio de su mando atendió el P. Salinas la marcha de la Orden, poniéndose en contacto con sus súbditos mediante cartas, circulares y visitando las provincias. Lo podemos encontrar en Madrid, Sevilla, Granada, Murcia, Córdoba, Extremadura, Valencia, Vitoria, etc. recorre España visitando prácticamente todas las sedes de la Orden, tanto en sus viajes como en sus circulares, el P. Salinas se ocupa de asuntos concernientes a la vida y prosperidad espiritual y progreso intelectual de la Orden, dictando en uno y otro caso las normas más conducentes a estos fines.

El 20 de septiembre de 1783 estuvo en Castellón, como Vicecomisario General entonces de la Orden Franciscana, para visitar el convento de esta ciudad. A la entrada pública concurrieron, además de los franciscanos, representantes de las otras tres comunidades. Los Prelados y otros religiosos llevaron las varas del palio.

Emite en esta época:

Decretos capitulares que regulan las clases y determinan los textos de que han de servirse los lectores y modo de hacer las explicaciones.

Manda que todos los conventos contribuyan al pago de los gastos de los libros de texto de los alumnos, ya que estos eran muy caros, y a la vez prohíbe terminantemente que en las lecciones academices se hagan dispendios innecesarios.

Manda se corte el abuso de descargar en otros la obligación de presidir las conclusiones públicas y repite la prohibición en cuanto a gastos superfluos con motivo o pretexto de jubilaciones y tomas de posesión, así como la obligación de leer y estudiar sin permitir relajaciones por onomásticas y otras celebraciones.

Otra cuestión a la que dedica especial cuidado el P. Comisario José Salinas es la de las misiones. España aun tenía intacto su imperio y sentía acuciante el deber de proveer a la evangelización de los aborígenes. Emite por ello tres circulares, fechadas 1783,86,89 exhortando vivamente a sus súbditos a responder a la llamada de los comisarios de misiones que venían mandados por las provincias americanas en busca de religiosos. Para mas animarles a efectuar tan loable labor. Algún benéfico influjo debió de tener sus llamadas, en el hecho de que en el quinquenio de 1783 al 1787 pasaran al Nuevo Mundo más del doble de franciscanos que de todas las otras órdenes juntas.

El P. Antonio José Salinas como P. Comisario, y con él los franciscanos, toman parte en los sucesos prósperos o adversos de la familia real y de la nación. En diversas ocasiones prescribe súplicas para el feliz resultado de un embarazo de la princesa de Asturias o para dar gracias porque felizmente se ha aumentado la familia real. La conclusión de la paz con Inglaterra es otro suceso que se señala con una función solemne de acción de gracias. En 1785, la defunción del infante Don Luis enluta a los franciscanos; el difunto, a más de su parentesco con el rey, es patrono de Ia Orden, a la que ha socorrido pagando los gastos de sus capítulos generales. En este caso ordena se cante en cada convento un funeral solemne; en los demás, una misa solemne, a veces con sermón.

El P. Salinas mucho tuvo que ver con las cuestiones políticas del país, su relación con el conde de Floridablanca, así como su influencia con el Monarca, en una época en que las órdenes religiosas tenían un peso notable dentro del sistema, hizo que parte de su actividad consistía en mantener el derecho de autogobierno de la orden, así como el mantener una cordial situación con el estamento de poder, tanto real como papal, consiguiendo al final de su actividad como Comisario de la Orden emitir en agradecimiento al trono la circular del 20 de marzo de 1787 en la que se hace costar que el rey le había proveído para subsistencia a él y a los religiosos que tenía a su inmediato servicio con una cédula del 11 de febrero, en la audiencia que le concedió en el palacio de El Pardo, el Comisario General le manifestó su gratitud y de la Orden por la largueza con que le había socorrido. Carlos III le pidió sencillamente que se acordaran de él en sus oraciones. Esto dió motivo al P. Salinas para escribir una carta de brillante tono oratorio y nítida trabazón lógica en la que a vueltas de ensalzar la magnífica esplendidez del monarca, prescribe las preces que en cada convento se han de hacer por la salud y prosperidad del rey. Se cantará en cada casa una misa solemne de la Inmaculada Concepción, con exposición del Santísimo Sacramento, y acabada la misa y antes de reservar, se cantarán las antífonas, versículos y oraciones de la Inmaculada, del P. S. Francisco. Así mismo todos los días, mientras el rey viviere, se rezarán estas mismas antífonas con los versículos y oraciones correspondientes. A la muerte del rey, en circular del 30 de diciembre de 1788, ordenó el P. Salinas que cada sacerdote aplicara una misa por Su Majestad, los coristas dijeran el oficio de difuntos, los hermanos cinco estaciones y en los cuatro conventos principales de cada provincia se hiciera un solemne funeral con sermón. Y en cada monasterio de religiosas se cantara una misa y las religiosas aplicarán la comunión por el eterno descanso del rey y rezarán cinco estaciones.

Hay que hacer notar que la protección regia tenía sin embargo su contrapartida, y no menguada, en el regalismo entrometido de la época que cada vez más se mezclaba abusivamente en asuntos disciplinares privativos de la Iglesia y de las órdenes religiosas. En este clima de intromisión regia en el campo de la disciplina eclesiástica había de desenvolver el P. Salinas su acción de superior y, aun no queriendo hacerle concesiones, sentiría condicionada su actividad por semejante orientación político-religiosa.

Hasta muy a fines de 1789 continuó en el cargo el P. Salinas. Desde principios de año estaba vacante la sede de Tortosa y el rey presentó al Comisario general de los franciscanos para ocuparla. Por ello el P. Salinas renuncia a sus cargos dentro de la orden y queda en libertad, muy a pesar de que era muy querido en el puesto que desempeñaba por su gran influencia y don de mando que ejerció durante su mandato, pero el puesto que se le otorgaba daba mucha categoría a la orden Franciscana.

La Gazeta de Madrid, en su número de 19 de enero de 1790, publicara el nombramiento del ex-Comisario General de los Franciscanos al obispado de Tortosa, mientras que la presentación oficial en la Santa Sede no se hizo al parecer hasta el mes de marzo. El Papa Pío VI preconizó al P. Salinas Obispo de Tortosa el 30 del mismo mes. Tomó posesión de su diócesis el 29 de julio de 1790.

Nada más tomar posesión del Obispado se rodeo de personas de confianza para poder ejercer con la mayor presteza visitando a la vez las sedes de Valencia y Murcia.

El 11 de diciembre llegó el Obispo Salinas a Castellón de la Plana, donde fue recibido y saludado por las autoridades y pueblo con grandes muestras de regocijo y satisfacción. El cronista castellonense, P. José Rocafort, agustino, nos ha conservado los detalles de la venida del P. Salinas al convento de San Francisco, situado en las afueras, llegó a las tres de la tarde del día once. "Y habiendo sido cumplimentado por el reverendo clero, comunidades y demás personas de distinción, en la celda prevenida para dicho acto, tomó el coche y se encaminó por la calle del Medio al convento de religiosas capuchinas, y entrando en su iglesia y dada la bendición a la comunidad en la reja se pasó a las puertas, en donde se detuvo hora y media en compañía de la comunidad, y, despedido de ella, se fué al convento de Santa Clara, en donde tomó un refresco, haciéndole corte toda la comunidad, manifestándose en todos estos lugares con tanta alegría y afabilidad que todos los concurrentes se hacían lenguas de su buen trato, y en esta villa se dió a conocer su venida con los toques de campanas de parroquia y comunidades que casi no pararon desde las tres horas hasta las seis y media, en que se restituyó al dicho convento de San Francisco, desde donde al día siguiente, a las siete de la mañana prosiguió su viaje a Tortosa, tocando también las campanas a su salida".

El Obispo Salinas hizo la entrada solemne en la capilla de su diócesis el 19 de diciembre, quedándose en ella toda la primera parte del año 1791, hasta el 28 de julio, que pernoctó en Castellón de paso para Villarreal, donde se celebró aquel año el centenario de la canonización de San Pascual Bailón. El primer día de las fiestas el obispo celebró de pontifical con toda magnificencia. Durante dos meses se entretuvo Salinas en Villarreal y lugares circunvecinos cumpliendo sus deberes pastorales. De allá volvió a Castellón, donde pasó el invierno 1791-92.

No era nuevo que un obispo de Tortosa invernara en la villa de la Plana Don Pedro Cortés y Larraz, que antes que obispo de Tortosa fuera arzobispo de Guatemala, habitó en Castellón el invierno le 1783-84, y celebró Ordenes dos veces. Pero ninguno de los antecesores de Salinas llegó como él a morar en la villa la mayor parte del año, convirtiéndola de hecho en su residencia habitual.

Palacio del Obispo Salinas 1925

No sabemos cómo ni por qué surgió en José Salinas esta preferencia. Lo cierto es que la sintió desde muy a los principios de su pontificado. Al volver a Tortosa el 31 de marzo de 1792 ya tendría el designio y el proyecto de construirse un palacio. En efecto, las obras empezaron el mes de junio siguiente, siendo arquitectos de la obra el carmelita Fr. Joaquín del Niño Jesús y Nicolás Dolz, y encargado, don Miguel Tirado. Se gastaron 30.000 libras. Salinas estrenó el palacio el 8 de marzo de 1795. El revocado exterior se le dió más tarde, el año 1802. El edificio, amplio y hermoso, gozando además del desahogo de una huerta, permitió al obispo ofrecer digno hospedaje a los reyes de España y a otras personas ilustres que a lo largo de su pontificado transitaron por Castellón o se llegaron a la ciudad para visitarle.

A las largas permanencias de Salinas en la ciudad se debe que su nombre, figure en numerosos actos de gobierno a si como sus intervenciones en la vida cotidiana fueran muy abundante en todos los acontecimientos que tuvieron lugar durante su Obispado, nunca fué remiso en el cumplimiento de sus obligaciones, antes puso el mayor empeño en llenarlas debidamente, al menos en lo que concierne a la parte valenciana de su diócesis.

Practicó la visita pastoral con calma y detenimiento; se tomó para hacerla los últimos meses de 1791 y primeros de 1792. Para mejor atender a las necesidades espirituales de la población erigió en ayudas de parroquia las iglesias de la Sangre y San Miguel, inaugurándolas con toda solemnidad los días 11 y 18 de marzo de 1792. Dio Ordenes extra tempora a los regulares en las iglesias de San Francisco y Santa Clara. Repitió las Ordenes en esta iglesia el 17 de diciembre, el 18 en las capuchinas y el 21 otra vez en San Francisco. Todavía dio otras tandas en Santa Clara, los días 3 y 24 de marzo. Administró el Sacramento de la Confirmación en las iglesias de la parroquia y en Santa Clara y capuchinas.

El 31 de diciembre de 1791 presidió, revestido de pontifical, el traslado del Santísimo Sacramento al sagrario de la nueva iglesia de Benicasim. Había costeado la construcción del templo el canónigo Francisco Pérez Bayer, preceptor de los infantes de España, bibliotecario de Palacio. Con igual esplendidez sufragó el insigne patrono los gastos de la fiesta del día 31 de diciembre, obsequiado al obispo y numerosos invitados con suculento banquete y repartiendo a los pobres setecientas raciones de pan, carne y arroz.

Como se ve, no es despreciable el balance de la actividad del Padre Salinas en el primer invierno que pasó en Castellón.

El año 1793, en la iglesia mayor de la villa, impuso la ceniza, y luego consagró los santos óleos. Repitió el imponente rito de la consagración de los santos óleos los años 1795 y 1797 en Santa Clara.

Confería Órdenes varias veces al año, siendo escenario de tan emotiva ceremonia la iglesia de Santa Clara hasta el año 1795, en que las celebró por primera vez en las Témporas de la Santísima Trinidad en el oratorio de su palacio.

Existe constancia que administró Confirmaciones durante varios días los años 1800, 1803 y 1806. En el primero de estos años confirmó a 3.275 personas del 11 al 17 de noviembre

No había en aquella época hecho de importancia nacional o de interés local que no fuese aprovechado para volverse a Dios implorando su protección con unas rogativas o dándole gracias con un Tedéum. De ordinario el obispo prescribía las preces y rogativas y asistía a ellas y aun predicaba si el caso lo exigía. En la imposibilidad de reseñarlas todas, recordamos sólo las rogativas públicas que prescribió el año 1793 del 12 al 14 de abril, al estallar la guerra con la República francesa. Y las que ordenó en agosto de 1794, cuando la suerte de las armas se tornó contra España. El 24 del mencionado mes asistió a las que hacían en la iglesia mayor y a la misa que se cantó a continuación. El obispo predicó, exhortando a los fieles a implorar el favor del Altísimo para la Patria amenazada y pidiéndoles que los que pudieran ayunaran todos los viernes mientras durase la guerra.

Anuló o mitigó la obligación de guardar como de precepto las fiestas de los Patronos de la villa de Castellón, San Roque y San Cristóbal. En cuanto a la de San Roque, la abolió el año 1793, "por carecer de fundamento", manteniendo, sin embargo, para el clero la obligación de celebrar la misa solemne y procesión; Y en cuanto a la de San Cristóbal, declaró en 1806 que sólo obligaba a oír misa, pero no a trabajar.

Para evitar jugarretas tan pesadas como la que hicieron al sacristán de la iglesia mayor en la noche del 30 de diciembre de 1797 y precaver graves profanaciones del Santísimo Sacramento, prohibió el obispo llevar de noche el viático a los enfermos, salvo gravísima urgencia y con ciertas condiciones.

El bautismo de una niña hija de protestantes ingleses planteó al P. Salinas una cuestión canónicomoral que no se abrevió a resolver de golpe. Llamó a consulta a los prelados de las Comunidades religiosas, y después de algunos titubeos, originados por si los padres no consentían en la educación católica de su hija, permitió se la bautizara. Prohibió, empero, que la madre "saliera a misa como las señoras católicas", y si sólo autorizó, a petición del padre de la criatura, que fueran a la iglesia a dar gracias a Dios privadamente, no a hora en que se celebrara acto alguno de culto. Al bautizo, tenido el 21 de agosto de 1802, asistió lo más granado de la villa.

Consecuente con su educación franciscana, manifestóse siempre el obispo Salinas como fervoroso amante de María en el Misterio de su Inmaculada Concepción, procurando dar a su fiesta todo el esplendor posible. Varios años ofició de pontifical el día de la Inmaculada en la iglesia de las clarisas, y presidio la procesión que desde antiguo celebraba la Cofradía de la Purísima, con asistencia de la Comunidad de San Francisco. Salía de Santa Clara ,existe constancia de los que los años 1791, 1792, 1799 y 1807 (es fácil suponer que también en otros) oficiaría de pontifical el día de la Inmaculada, En 1792 participó también, el clero de la villa, si bien no colegialmente, en el año 1796, que pidió y obtuvo del Municipio que se tocaran las campanas del miguelete la víspera de la fiesta, a mediodía y a las Avemarías, anunciando al pueblo la solemnidad del día siguiente. "Lo que hasta ahora no se avía practicado” se convirtió en costumbre de tocar las campanas del miguelete la víspera y en la procesión del día 8.

Como ya habrá observado el Obispo Salinas sintió especial predilección por las clarisas. Y, ciertamente, fué para ellas protector espléndido, distinguiéndolas sobre todas las Comunidades de Castellón. La iglesia de Santa Clara fué para el obispo como su catedral. En ella celebró Ordenes, Confirmaciones y pontificales.

En la muerte de sor María de la Concepción Tirado determinó Salinas que las Comunidades religiosas fueran a la iglesia de las clarisas a cantar una vigilia de difuntos por la difunta por no haber podido hacerlo en su día, va que murió el Jueves Santo de 1797.

El año 1798 había regalado a la imagen de la Santa fundadora un hábito nuevo. El obispo, con la Comunidad de franciscanos, asistió a la procesión de la tarde del 12 de agosto, en que la Santa lucía el nuevo hábito.


El 16 de abril de 1799 dio la profesión solemne a sor Francisca de Paula Polo y Mondina, haciendo la plática a la reja de la iglesia.

Ese mismo año obtuvo licencia de la Santa Sede para que sor María del Rosario Febrer saliera con el fin de cuidar su salud, dándole la primera noche albergue en su palacio. (A esta moja se le ha llamado en algún documento como "la monja del señor obispo Salinas'').

Esta benevolencia del obispo para con las clarisas contrasta con la actitud no tan benévola que observó con las capuchinas. Como consecuencia de la visita pastoral de 1791-92 prohibióles desarrollar ciertas pequeñas industrias, y mandóles construir un coro sobre las puertas de la iglesia.

El Obispo Salinas remuneró largamente a las Clarisas, invirtiendo 11.000 libras en la total restauración de su iglesia, a más de las alhajas de sacristía que les regaló. "En el año 1806 se empezó a renovar y lucir la Iglesia del convento de religiosas de Santa Clara, de esta villa de Castellón, y hacer los altares nuevos, y se concluyó en el mes de noviembre de 1807, todo a expensas del ilustrísimo señor obispo de Tortosa Salinas ; y su total gasto pasó de once mil libras, sin contar muchas casullas, albas y otras piezas de ropas que dicho señor ilustrísimo regaló para la sacristía ; y a más las muchas piedras preciosas que mandó poner en el viril, especialmente un topacio de grande magnitud y brillantes, jamás vistos por estas tierras, al decir de los peritos." Y lo completo con las pinturas al fresco con que mandó decorar la bóveda del templo y los cuadros de los altares, debidos al pintor morellano Joaquín Oliet.

El 12 de noviembre de 1807 consagró la iglesia, e hizo por la tarde la traslación del Santísimo al sagrario. El pueblo se sumó a la fiesta, iluminando las fachadas los días 11 y 12.

El Obispo Salinas coincidió con una de las personalidades políticas que mas huella ha dejado en Castellón el Gobernador don Antonio Bermúdez de Castro, puede afirmarse que las relaciones entre ambos personajes fueron cordiales y que el obispo hizo cuanto pudo para el mantenimiento de buenas relaciones, consiguiendo con esto ser más grande el recuerdo conjunto de tan grandes personalidades.

Con el gobernador coincidía el obispo en sus afanes de renovación urbanística. Veíaseles concurrir a actos públicos, celebrados en algunas ocasiones de común acuerdo. Padrino de la última hija del gobernador fué el secretario de Cámara del Obispado, con permiso, naturalmente, de su señor.

Tambien hubo pequeños desacuerdos como cuando murió el año 1797 la esposa del gobernador. El entierro y las exequias fueron como correspondía a la categoría de la persona. Siguiendo su costumbre, de funeral y del catafalco. "Pero lo que más golpe dió en dicha función fué el modo de tocar a muertos las campanas del miguelete", casi en la misma forma que solía hacerse a la muerte de los obispos. Salinas presentó la oportuna protesta. Mas la villa la rechazó, respondiendo el alcalde mayor desenfadadamente "que si su ilustrísima mandaba en el púlpito, la villa era dueña de las campañas". "Mala respuesta por ser de etiqueta y a un señor obispo", escandalizo el hecho al municipio por la descortesía, irritado a su vez porque el obispo no había querido que hubiera sermón fúnebre .

El incidente, sin embargo, no turbó las buenas relaciones de las autoridades. La amistad de Salinas con Floridablanca había librado en 1791 al alcalde de Castellón de pagar una multa que le impusiera la Audiencia de Valencia y de hacer un gasto no pequeño de su propio peculio . Y en 1792 y 1798, que la villa tuvo diferencias con el clero, el obispo hizo de complaciente y feliz componedor.

En otros momentos las cosas fueron de otra manera como al morir la hija del Gobernador permitió el Obispo Salinas que fuera enterrada privadamente, sin rito alguno religioso, también en la muerte de don Antonio Bermúdez de Castro, en mayo de 1807, el obispo le visitó en su lecho de dolor, enviando su coche por el viático y asistiendo a la conmovedora ceremonia.

En su estancia en Castellón asi como en su palacio el Obispo Salinas tuvo visitas y albergo en su palacio a personajes ilustres, así llego en mayo de 1798 a Villarreal, procedente de Roma, de donde había huido después del desastre causado por las tropas francesas, el General de los carmelitas, Fr. Roque, y parte por la amistad que tuvieran, parte más bien por el deseo de informarse directamente de lo acaecido en la Ciudad Eterna, el P. Salinas marchó a visitarle a Villarreal. El mencionado General le devolvió la visita el 30 de mayo, invitándole el obispo a comer en su palacio.

El 14 de noviembre de 1802 pernoctó en el Palacio Episcopal el P. Joaquín Company, arzobispo de Valencia y Ministro General de la Orden franciscana. Pocos días después Castellón vivía unas horas de entusiasmo desbordante con la presencia de los reyes de España, que estuvieron en la villa los días 23 y 24 de noviembre, pernoctando en el palacio del obispo.

El 21 de julio de 1805 estuvo en la villa de la Plana el P. Miguel de Santander, capuchino, entonces obispo auxiliar de Zaragoza. A disposición del célebre predicador puso el Obispo Salinas "su coche, para que hiciese sus visitas por esta villa".

El 21 de junio de 1806 volvió el arzobispo de Valencia, esta vez expresamente para visitar al Obispo Salinas, interrumpiendo la visita pastoral que hacía en la parte de su archidiócesis, cercana a la diócesis de Tortosa.


EL 6 de noviembre hace presencia del vicario general de la Orden franciscana en España, P. Miguel Acevedo. El obispo salió a recibirle y saludarle.

El 2 de febrero de 1808 se hospedó en el Palacio Episcopal la Reina de Etruria, hija de los reyes de España.

No parece que Salinas desatendiera su Cabildo, la capital Tortosa de su diócesis pues allí pasaba algunos meses al año. A fines del siglo XVIII ensanchó el Palacio Episcopal, construyendo la parte nueva en solares que él mismo comprara.

Empleó sus dotes de conciliador en arreglar las diferencias de su Cabildo. "En muy críticas circunstancias-reza su epitafio-unió los ánimos de las dignidades y canónigos de su Santa Iglesia". Desde el año 1800 formaba parte del mismo don Máximo Moñino, sin duda de la familia de Floridablanca.

A la muerte del Papa Pío VI el Obispo Salinas mandó al clero de Castellón que celebrara solemnes funerales por el augusto prisionero de la revolución. Al clero se unieron las Comunidades de religiosos, el Municipio y lo más lucido de la villa. "Lo que hasta el presente jamás lo avían practicado en la muerte de otro Papa". El 18 de abril de 1800 se cantó un Tedéum en acción de gracias por la elección de Pío VII .

Entre estas fechas la Iglesia de España estuvo abocada a un cisma , Carlos IV, a propuesta de sus ministros, el célebre Decreto en el que ordenaba a los arzobispos y obispos de sus reinos y dominios usaran durante la vacante de la sede romana "de toda la plenitud de sus facultades conforme a la antigua disciplina de la Iglesia, para las dispensas matrimoniales y demás que les competen". Elegido Pío VII el 14 de marzo, dió el rey un decreto el 29 anulando el del 5 de septiembre del año anterior. Este Decreto, de ribetes cismáticos, fruto y exponente de las ideas regalistas del momento, fué rechazado con indignación por la mayoría del Episcopado español. El obispo de Tortosa se mantuvo fiel a Roma. Así queda justificado el elogio que se lee en el citado epitafio, calificando al P. Salinas de "adictísimo a la Sede Apostólica".

Cuando más derecho tenía el obispo de Tortosa al reposo y a la tranquilidad, bien ganados por sus años y trabajos, vióse envuelto en el torbellino de la guerra y obligado a salir de su diócesis.

No sabemos dónde estaba, si en Tortosa o Castellón, el 2 de mayo de 1808. Parece que no estaba en la villa de la Plana. Al menos no se le menciona entre los asistentes a las fiestas que se hicieron el 30 de mayo con motivo de la proclamación de Fernando VII. Tampoco es probable que estuviera los días 19 y 20 de junio, en que el populacho cometió desmanes con los franceses y afrancesados, no obstante los esfuerzos del clero y Comunidades por evitarlos. Las turbas, enfurecidas por un patriotismo dudoso, registraron algunas casas, entre ellas el Palacio Episcopal, en busca de enemigos.

Tenemos constancia que está en Castellón a fines de julio, participando en las fiestas que se hicieron por la victoria de Bailén los días 25 y 26 del mencionado mes así como en el mes de octubre y diciembre, prescribiendo rogativas por el acierto de la Junta Central Suprema y triunfo de España. El 16 de octubre celebró de pontifical.

Su palacio sirvió de albergue los días 19 y 21 de marzo de 1809 a las religiosas franciscanas de Alagón, que venían huyendo de los franceses. El mes de agosto lo pasó Salinas en la villa, asistiendo de pontifical a las fiestas de Santo Domingo, Santa Clara y San Agustín. El 2 de febrero de 1810, a pesar de su edad, setenta y nueve años, predicó en la misa del Espíritu Santo que precedió a la elección de los diputados de Castellón para la Junta de Valencia.

Hasta entonces no había sufrido la villa en su propia carne las mortales dentelladas de la guerra, y el Obispo había podido estar en medio de sus ovejas. Pero a principios de marzo de 1810 los franceses se acercaron a Castellón, amenazándolo. El día 9 realizaron una incursión, saqueando y matando. Antes había huido mucha gente; las religiosas habían salido de sus clausuras por orden del Obispo Salinas. También él abandonó la villa. A principios de junio hubo otra amenaza de los enemigos, produciéndose como consecuencia la desbandada general hacia el Sur. El obispo se marchó a Alicante.

Antes de salir de su diócesis había tomado las medidas necesarias para atender al bien espiritual de sus ovejas, nombrando dos gobernadores para el obispado. A don Jaime Segarra, su vicario general para la región catalana, y al secretario de Cámara y arcediano de Culla, don Antonio Martínez, para la valenciana. Los gobernadores prescribieron tres días de rogativas en el mes de abril de 1810.

No sintiéndose seguro en Alicante, el obispo de Tortosa se refugió en Mallorca, al igual que otros obispos, canónigos y sacerdotes del continente. Allí permaneció desde principios del año 1811 hasta el final de la guerra. El 28 de mayo de 1812, fiesta del Corpus, celebró los divinos Oficios en la Catedral de Palma, y meses después, el 11 de octubre, concedía cuarenta días de indulgencia a los asistentes al Oficio, sermón y Salve con que los tortosinos refugiados en Palma celebraban la fiesta de su Patrona, María Santísima de la Cinta.

El 12 de diciembre firmaba en Palma, juntamente con otros cinco obispos desterrados, una importante y muy interesante Instrucción pastoral, dirigida al clero y fieles de sus diócesis. Del análisis de la Instrucción resalta el celo con que nuestros obispos defendieron la religión católica, de los ataques que le dirigían los secuaces del filosofismo francés en nuestra Patria. Hacía años se habían infiltrado las ideas nuevas en la Península, apareciendo en aquellos momentos tan difíciles la fisura latente en la sociedad española. A la vuelta de algunos años tales ideas triunfarían, vengando de esta suerte la derrota que sufrieran en el terreno militar los ejércitos napoleónicos.

Llegada a Mallorca la noticia de la evacuación de Tarragona por parte de Suchet, salió para Castellón el obispo de Tortosa, llegando a su palacio querido, cansado y ya dispuesto a dejar esta tan fructífera e interesante vida que había tenido así que "Entre siete y ocho de la tarde del día 11 de junio de este año 1814 murió en el Palacio Episcopal de esta villa de Castellón de la Plana el ilustrísimo señor obispo don Fr. Antonio Josef Salinas y Moreno, de ochenta y tres años."

El entierro no se hizo hasta el día 14. La tarde del 13 cantaron las Comunidades de Castellón parte del Oficio de difuntos, distribuido en la siguiente forma: los capuchinos, vísperas; los franciscanos, el primer nocturno; los agustinos, el segundo, y los dominicos, el tercero. En la mañana del 14 el clero cantó laudes. Y a continuación el clero, las Comunidades y seis canónigos de Tortosa acompañaron el cadáver a la iglesia de las clarisas, donde se cantó un funeral solemne, predicando el magistral, don Manuel Ortells. El obispo fué sepultado en la iglesia de sus protegidas, que él había restaurado, queriendo obligarlas más a tenerle presente en sus oraciones y sacrificios. La tumba estaba al pie del presbiterio, y le puso la lauda sepulcral el arcediano de Culla y su secretario de Cámara, don Antonio Martínez


 



 

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