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Foto del escritorCarlos Renau Merce

Convento de las Capuchinas

La última de las comunidades monásticas en llegar durante la Edad Moderna a la villa de Castellón será la de las monjas capuchinas, bajo demanda de don Enrique Rabaza de Perelló y Rocafull en 1687, obteniendo tres años después permiso para construir un cenobio intramuros, en la llamada Casa de la Jabonería, en la calle de la Illeta. Se trata del espacio que todavía ocupa el actual Convento de la Preciosísima Sangre de Capuchinas, cercado por las calles Núñez de Arce y la curva de la calle Gobernador hacia la Plaza Maria Agustina, lindando con el espacio de la antigua muralla foral de la

ciudad. El diecisiete de mayo de 1693, llegaron cuatro monjas del Convento de Alzira para formar la nueva comunidad, que en pocos años se convertirá en un núcleo cultural y patrimonial de enorme relevancia en Castellón, al recibir el dieciséis de octubre de 1697 el patronazgo real de Carlos II, que se prolongarán con los Borbones,

como muestran los escudos conservados con las armas de Carlos II y Felipe IV orladas del collar de la Orden del Toisón de Oro. La importancia de este patronazgo, hará que el convento se convierta en el cenobio castellonense que más donaciones y regalos reciba a lo largo de todo el siglo XVIII, llegando su colección a atesorar piezas de un altísimo nivel patrimonial, como la magnífica serie de Santos Fundadores del taller de Francisco de Zurbarán, la amplísima colección escultórica y de reliquias, o la imagen Virgen de Guadalupe con incrustaciones de nácar.


No conservamos apenas restos del convento barroco de capuchinas que ocupó el lugar, cuya construcción se inicia el 1695, cuando se contrata al maestro de obras Melchor Serrano para mejorar las casas adquiridas y adaptarlas a las necesidades de la vida conventual. A inicios del siglo XVIII, tras una visita pastoral del obispo Juan Miguélez, se ordenará la construcción de una nueva iglesia para las capuchinas, concediendo amplias indulgencias a los ciudadanos que aportaran limosnas y ayudas económicas. En 1722 se consagra el nuevo templo, celebrándose por ello en la ciudad ocho días de fiesta con corridas taurinas. Hasta finales de dicho siglo, la compra de casas y fincas aledañas será una constante, ampliando progresivamente el espacio conventual.


Tras la exclaustración y la destrucción de la Guerra Civil, el convento fue totalmente reconstruido, y solo conserva los escudos reales y la colección artística del gran patrimonio del cenobio original. Además, la comunidad de capuchinas ha sido trasladada en los primeros años de la década de los diez del siglo XXI a Barbastro, y el

edificio conventual ocupado por las monjas esclavas del Sagrado Corazón.





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