En la Avenida de Capuchinos de Castellón, entre las calles San Isidro Labrador y Doctor Roux, se levantó (1608) un convento de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos (Ordo Fratum Minorum Cappuccinórum), reforma de la primitiva obediencia franciscana de la Orden de Frailes Menores (Ordo Fratum Minorum).
El impulsor de la nueva rama franciscana fue fray Mateo de Bascio (1525). Este contó, en los primeros momentos, con la decidida oposición de sus superiores que emplearon cualquier medio a su alcance para frustrar esta iniciativa. Pero Mateo y sus seguidores mostraron una firme voluntad de renovación, y encontraron el decidido apoyo de los monjes camaldulenses o reformadores de la Orden de San Benito. Los nuevos monjes de San Francisco, como muestra de gratitud por la ayuda recibida, adoptaron la capucha unida a la túnica y el uso de largas barbas descuidadas, signos distintivos de sus defensores y que dio lugar a su denominación de monjes capuchinos.
Con la bula Religionis zelus ─promulgada en 1528 por el papa Clemente VII─ se creó la Orden Capuchina, como rama separada de la Orden de los Franciscanos, en un deseo de volver a los principios de soledad, oración y penitencia instaurados por el fundador. Tras la anuencia papal, a Mateo y al grupo originario se les unieron numerosos seguidores. En sus primeros tiempos, fueron conocidos con el nombre de Hermanos Menores de la Vida Eremita, aunque ante la oposición de los franciscanos Observantes se convirtieron en una congregación ─Hermanos Menores Eremitas─ rama de los Hermanos Menores Conventuales, pero contando con vicario propio. Los nuevos frailes llevaban una vida de completo retiro, observaban una total pobreza, su alimentación se reducía a pan, agua y verduras, y vestían sayal marrón atado a la cintura con el cíngulo o cordón con tres nudos que representan pobreza, castidad y obediencia.
La nueva Orden de los Hermanos Menores Capuchinos se extendió con rapidez por Italia. Más tarde, en 1574, el papa Gregorio XIIIl les permitió asentarse en «Francia y en todas las partes del mundo para erigir casas, lugares, custodias y provincias».
La Orden Capuchina se estableció en Valencia (1597) gracias al decidido apoyo del Virrey y Patriarca Juan de Ribera que, unos años después, puso todo su empeño para su implantación en la ciudad de Castellón. Con las recomendaciones escritas del propio Patriarca, el obispo de Tortosa y los jurados de Valencia, los capuchinos acudieron a los consellers de la villa para solicitar la preceptiva autorización. A la oposición de los franciscanos ─debido a su fuerte espíritu regeneracionista─ se sumaron los dominicos y otras órdenes religiosas. Reunidas las autoridades locales y, en vista de las altas recomendaciones que pedían su implantación, no vieron ningún inconveniente en autorizarla. El primero de junio de 1608 los jurados dieron su plácet y el 22 de octubre de ese mismo año se constituyó la comunidad religiosa. Tras recibir un espacioso terreno extramuros de la ciudad ─en el llamado Camí dels Molins, junto a la acequia Mayor, rodeada de huertas fertilizadas por las aguas del Mijares─ procedieron a la construcción de la nueva casa de oración que se puso bajo la advocación de San José y San Pons.
El cronista Sánchez Adell hace referencia al cenobio y escribe que: «fuera del Hospital, cerca del molí del Toll se funda el convento de Capuchinos y la zona se empieza a poblar».
Son casi nulos los detalles que conservamos de la estructura conventual, pero no así de la iglesia. El arquitecto Vicente Traver rescató un contrato (1615) suscrito entre Ursola de Alberch y de Arrufat, viuda de Arrufat y Miguel Rigo, albañil y vecino de Villareal para las obras de la iglesia de la comunidad de los padres capuchinos de Castellón. En él se señala que el templo tenía cien palmos de largo y treinta de ancho. La nave de la iglesia estaba dividida en cinco tramos: uno de 30 x 22 para presbiterio o capilla, un segundo de 30 x 30 para el coro y, en la nave, tres intermedios de dieciocho palmos cada uno separados por arcos de vuelta redonda con resalte de medio pie de la bóveda, que arrancaban de una imposta toscana sobre ménsulas sin pilastras. Comprendía el alcance de estas obras dos altares, ventanas, pavimento de tableros y trabajos de rejería, entre otras cosas. También tenemos constancia que el ayuntamiento dio licencia (1684) para cubrir con bóveda el trozo de acequia frente al convento y poder ensanchar la placita que había frente a él. Años después ─el 16 de septiembre de 1744─ obtuvieron permiso para construir una ermita adosada al santuario que pusieron bajo la advocación de san Antonio de Padua.
Los primeros tiempos del nuevo cenobio fueron muy duros. A la fuerte oposición de sus hermanos franciscanos ─presentes en Castellón desde 1502─, y la de los dominicos establecidos en 1579 se sumaron las carestías y calamidades provocadas por las oleadas de peste desde 1647 a 1692. A semejanza de san Francisco, fundador de la orden, tomaron parte muy activa en la atención a enfermos apestados. La gente del «raval» siempre se mostró muy agradecida y, por ello, la barriada que surgió extramuros, alrededor del conjunto monacal, se le puso el nombre del primer santo capuchino (san Félix de Cantalicio), beatificado en 1621 y canonizado en 1712. El arrabal (suburbio sancti felices) dedicó su fiestas y su calle principal (carrer ample) a san Félix.
Al amparo de la autorización del papa Clemente XIII para la creación de cofradías dedicadas a la Madre del Buen Pastor, los capuchinos de Castellón fundaron una en el año 1770.
La casa conventual capuchina fue pieza clave durante los escasos traslados de la Virgen de Lidón ─patrona de la población de Castellón─ a la capital de la provincia. De 1628 data la primera referencia escrita sobre esta práctica. Otra, durante las fiestas de coronación del rey Carlos IV, tuvo especial significación. Comenzó el domingo 5 de julio de 1789 con el traslado de la virgen en el coche de Miguel Tirado, marqués de Usátegui, en compañía de mosén Agustín Tosquella y mosén Vicente Rocafort. La imagen fue depositada en el convento de los Capuchinos. Desde ese lugar, se formó una procesión en la que participaron las órdenes religiosas, el clero parroquial, los gremios y numerosos castellonenses. La patrona de Castellón, bajo palio, a hombros de cuatro clérigos, fue llevada a la iglesia de Santa María. Pasadas unas semanas, en solemne procesión, entonando el Salve Regina, se llevó a la virgen desde la iglesia Mayor de Castellón hasta el convento de Capuchinos. Desde ese lugar se trasladó a su ermitorio en el coche de Miguel Tirado.
Con la llegada de las tropas francesas del general Suchet en 1811, los monjes fueron desalojados de sus casas de oración. Convertidos estos en establos y cuarteles para la soldadesca sufrieron el expolio de sus bienes y un importante deterioro en sus estructuras.
Pero, para los capuchinos de Castellón, lo peor estaba por llegar. Al poco, las guerras carlitas supusieron su ruina definitiva. Ya las leyes desamortizadoras habían motivado la exclaustración de los monjes en 1836. Luego, en los aciagos días del 7, 8 y 9 de 1837, durante el cerco de Castellón por las tropas de Cabrera, el convento Capuchino y la ermita del Calvario fueron ocupados temporalmente por los carlistas. Tras su desalojo, el municipio decidió incendiarlos e impedir, de este modo, que fueran tomados de nuevo por los facciosos. Pasados estos tristes acontecimientos, nada se hizo por recuperar el convento. El mutuo afecto de los primeros tiempos se había enrarecido: mal encajaba una ciudad liberal con las veladas simpatías de los capuchinos por los reaccionarios carlistas.
Nada queda del conjunto monacal, tan solo el nombre de la avenida que se formó en el siglo XX cuando varias familias construyeron sus viviendas a lo largo del Camí dels Molins. El consistorio acordó en 1926 canalizar, cubrir y plantar palmeras en la nueva avenida que recibió el nombre oficial de Avda. de Capuchinos y el popular de les Palmeretes.
Fotografía: lugar donde se encontraba el convento de los Capuchinos.
Texto y foto: Arturo Esteve.
Articulo publicado en la revista Parlem del mes de Mayo y en el periódico el Mundo, Castellón al día.
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