El Teodoro fue un bar de la plaza La Paz que ocupó durante décadas la esquina del Teatro Principal, frente al cine Rialto.
En los años setenta Rosa Suárez y Francisco Portoles, Paco , abrían el bar, cada vez que el teatro daba función, ellos daban servicio a los espectadores. Ese día las mesas no se montaban para no entorpecer el paso al interior de los espectadores, pero el resto de la semana era uno de los rincones más agradables de la ciudad
Fue Teodoro Adsuara quien le puso su nombre local que empezó a regentar por los años treinta, un hombre que llevo hasta cinco bares en la ciudad, el Teodoro, el Centre Catalá, el kiosco de La Paz, el Centro Aragonés y uno más pequeño en la calle Enmedio, en lo que después fueron los recreativos Play.
A su hija Rosa la parieron las taquillas del Teatro Principal y una vez adulta, se casó con su novio Francisco, un Portolés que como tal lleva la música a la sangre. Y por eso aquellos años compaginaba el toque de la trompeta en la orquesta con el trabajo detrás de la barra.
Hablar del Teodoro es hablar de las de la horchata y de las máquinas de bolas. La horchata tenía su secreto, la fabricaban Rosa y Paco con la xufa fresca que le servían cada día desde Alboraia. Era un auténtico placer que se hizo necesidad para muchos vecinos hasta obligar a Rosa y a Paco, a trasnochar por qué los días de baile en la Pérgola, como los que habían lucha libre en la plaza de toros, al salir venía a sentarse a la terraza para tomar una horchata. Y había que esperarlos….
En verano sacaban una barra a la calle, junto a la ventana, para vender helados de Frigo y horchata. Hasta las pajitas eran de verdad, de caña natural y envuelta en fino papel; soplar y hacerlas volar era un arte de los pequeños.
Los de mediana edad se entretenían con las máquinas de bolas. los “flippers” o máquinanetas, que habían en el interior. Fueron partidas interminables, piques inconfesables y sobre el cristal se consumieron, dejando ese característico rodal amarillo propio de nicotina, los primeros cigarros comprados sueltos en el carrito de la “abuela tacaña”.
El Teodoro fue la segunda casa para una pandilla de chavales que defendió con más empeño que éxito deportivo los colores negro y amarillo de su equipo de fútbol en los campos de la Azor, de Benicasim, o en el antiguo convento de los agustinos en la calle Mayor, que también desapareció en esa década.
Mención especial para Armando Portolés , sobrino de los dueños , amigo de todos y gran fan futbolístico y en especial del Club Deportivo Castellón.
También los clientes mayores fijos en la hora el almuerzo y en partidas de cartas que en el piso de arriba, dicen, alcanzaron dimensiones considerables. Juanito el barman, subía los cafés, el coñac y los tapetes verdes .
En una visita a Castellón, Rafael Alberti se fotografío en la fachada del teatro delante de unos soldados sentados en una mesa de Teodoro, cuando eso aún era posible antes del cierre del Tetuán 14 y de la última reforma del Teatro Principal que acabo con el Teodoro.
Ya se habían retirado las máquinas de bolas y también se había acabado la horchata de xufas de Alboraia. El Teodoro fue el bar por excelencia para algunos castellonenses en su adolescencia.
Documentado en él Cuéntame Castellón de Javier Andrés publicado en el año 2004 y en mis recuerdos.
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