Hijo de Felipe Sabat González y Carmen Meliá Alós, nació el 19 de diciembre de 1934 en la calle del Escultor Viciano, el carrer de la vieta. Párvulo en el colegio de las Carmelitas, alumno de la escuela preparatoria para cualquier estudio superior y para la vida misma de la academia de Anselmo Coloma, tuvo como compañero de amores por la naturaleza y la pintura a quien ha sido siempre su amigo, el pintor Paco Puig, comerciante y galerista. Ambos asistieron a la Escuela de Artes y Oficios con Michavila, Tomás Colón y Ramón Catalán como maestros de dibujo y perspectivas, de color y de arte en definitiva, aunque Sabat tuvo siempre en su mesita de noche la magia de Juan Bautista Porcar, para soñar aquellos pinares del maestro y sus cielos singulares.
Hubo un momento de transición en su vida. Estudió el bachillerato de los siete cursos y se matriculó en la Facultad de Derecho en Valencia. Fue también administrativo en dos oficinas mercantiles, aunque finalmente el embrujo de la pintura ganó la batalla. En el fondo, era exagerado, a veces desmedido el amor a sus padres y siempre quiso estar cerca de ellos. Y de su único hermano, Felipe, piloto aviador, que falleció muy joven en accidente de avioneta.
El maestro de cronistas Paco Pascual aclaró e informó de la primera exposición de Sabat en Ceuta durante el servicio militar, con ayuda del periodista castellonense Vicente Amiguet, director por entonces del diario ceutí El Faro. Y cuando se confesó a Paco también afirmó que se sentía un pintor impresionista, pintor y nada más que pintor, con una vena de romanticismo en sus cuadros. Lo cierto es que fue muy exigente consigo mismo, ya que le preocupaba siempre la estética del cuadro, el dibujo como soporte básico y, a partir de ahí, el color, la anécdota, el modelo y todo lo demás.
“Y si al final no le gustaba el cuadro que había pintado, era capaz de quemarlo antes de que lo viera nadie”–, me decía su esposa, María Teresa.
El 15 de septiembre de 1967 y en la ermita de Sant Jaume, María Teresa Barrachina y Jose Sabat Meliá, contrajeron matrimonio. La madre del novio, Carmen Meliá, fue la madrina y la tía Carmen Sabat, actriz excepcional en las compañías de primer nivel de Madrid y Barcelona, intervino como dama de honor y aportó a su hijo Juan Sánchez Sabat como padrino. Y aquel día rodearon a los contrayentes gran número de artistas del clan familiar, con el pianista Juan Sabat amenizando la ceremonia.
El matrimonio vivió unos años en un chalet de la avenida de Vila-real. En una habitación, el piano para que María Teresa mantuviera el nivel de exigencias para una soprano de tantos registros. En otro espacio, el estudio del pintor Sabat, con los colores para óleo y acrílico en sus paletas y su creciente inspiración para el paisaje y el sufrimiento profundo ante el lienzo en blanco antes de pasar al disfrute indescriptible a medida que la obra va quedando fascinadora en el cuadro.
Y a partir de ahí, la ilusionante peripecia de los enmarcados y las exposiciones, primero en Derenzi y en los últimos tiempos en Art Dam, de la mano de Paco Puig, el amigo de la niñez. Y, enmedio en la Vermell de Sebastián Pranchadell y también en Valencia, Alicante, Cartagena...
Falleció en el Hospital Provincial el 15 de diciembre del 2001. Yo evocaba en el entierro la dedicatoria musical del día de mi visita a su estudio. Aquella voz mágica que vibraba: Ojos verdes como la albahaca. / Verdes como el trigo verde / y el verde, verde limón.
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