He cumplido cinco años y la abuela ha hecho unas deliciosas cocas de almendra, chocolate y flan que nos encantan a toda la familia.
“¿Abuela Tica, la llevaremos al horno de la señora Estefanía? “
“Abuela quiero ver a Margarita”.” ¿Me dará rosquilletas?”
“¿Estará el señor Manuel?”
Era costumbre llevarlas a una panadería con horno situada en la calle Mayor esquina con la calle Sanchis Albella, debido a que era muy diferente el sabor de aquellas maravillosas cocas que hacia la abuela si se horneaban en el horno de la señora Estefania y el señor Manuel a hornearlas en el horno de casa.
Tan buenas eran las cocas de mi abuela que la Sra. Estefania no le cobraba nada por hornearlas a cambio de quedarse alguna coca de la Sra. Tica. Mis hermanas y yo ayudábamos a la abuela cuando hacia las cocas, “ahora bate los huevos, luego pon la almendra, etc.”, pasábamos una tarde muy divertida y familiar, pero lo más importante del día siempre era cuando íbamos al horno y Margarita que era una de las hijas de Manuel y Estefania, nos daba trozos de rosquilletas rotas que no podían vender. Recuerdo aquellas rosquilletas como las mejores del mundo, no había nada que me gustara más, ya que me podías dar para merendar un Tigretón, un Donuts, un Phoskitos etc., yo prefería aquellas maravillosas rosquilletas que hacia el señor Manuel.
Para hablar de la historia de esta panadería conocida por sus barras de pan crujientes y por sus famosas rosquilletas hay que saber que los fundadores, Manuel Castillo y Estefanía Mormeneo se conocieron a principios del siglo XX tras llegar el primero de Montán, mientras su mujer procedía de Cantavieja. Siendo ya matrimonio, Manuel y Estefanía tradujeron su amor en la friolera de ocho hijos: Teresita, Manolo, Carmen, Carlos, Pilar, Blanca, Julio y Margarita. Fueron casándose uno tras otro, excepto Manolo y Margarita.
Margarita cuando alcanzó la edad de trabajar, comenzó a ayudar a sus padres en las tareas de la panadería, atendiendo en el mostrador a los clientes que venían a comprar los productos que durante la noche anterior elaboraba Manuel.
Mis abuelos siguieron durante muchos años comprando el pan y las rosquilletas así como llevándoles las cocas para hornear. Mientras mis hermanas y yo íbamos cumpliendo años y perdiendo aquella ilusión infantil de ayudar a la abuela haciendo las cocas.
Cumplidos mis catorce años y estando en la Cruz Roja de la Juventud de Castellón formamos una pandilla de amigos y amigas que salíamos los sábados por la tarde de paseo juntos después de tener nuestras actividades como voluntarios. Una tarde de esas de paseo alguien dijo:
“¿Habéis probado las rosquilletas de la Mustia?, son las mejores del mundo. Yo desconociendo de que Margarita era llamada popularmente con ese mote, puse en duda aquella afirmación y les dije que yo si que conocía las mejores rosquilletas del mundo. Claro posteriormente teníamos tanto uno como el otro razón ya que hablamos de las mismas rosquilletas.
En la década de los 70, Margarita ya estaba atendiendo el mostrador y adquiriendo prestigio con sus rosquilletas. Son muchos todavía quienes la recuerdan con su delantal blanco, con sus labios y sus uñas de un rojo subido y su cara aparentando ‘poca espenta’, pero con mucha inteligencia. Y fue haciéndose muy popular. Y con ella, fue apareciendo la leyenda. Cuando más gentes había a la espera, más despacio contaba Margarita las rosquilletas y si por alguna cuestión era interrumpida, volvía a empezar desde el principio.
Cuenta también la leyenda que Margarita siempre atendía a cualquier indigente que pedía limosna, parando cualquier cosa que estuviera haciendo en ese momento, por muy largas que fueran las colas formadas a la puerta, para acercarse al pobre y obsequiarle con un puñado de rosquilletas, rotas tal vez por el trajín del horno. Lo que queda claro es que si hay una figura a la que vincular un producto tan castellonero como las rosquilletas, ese es el de La Mustia, que cuando bajó la persiana de la panadería a finales de los 80, concluyó parte de la historia que se llevaría posteriormente a la tumba, y comenzó el mito.
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