Uno de los proyectos de ingeniería más importantes en el Castellón de la Edad Moderna, fue el encauzamiento de las aguas de la Rambla de la Viuda a la altura del Molino de Ensaloni, en el término municipal de Vilafamés, aguas con las que se buscaba
regar la huerta castellonense, frente a la polémica que suscitaba siempre el reparto de aguas del Millars con las otras poblaciones de La Plana.
Los primeros proyectos datan de 1688, pero es en 1731 cuando el regidor José Castell encarga un nuevo estudio, que se eleva al año siguiente a Felipe V, destacando los beneficios de convertir en regadío las tierras de secano al oeste del término municipal
de Castellón. En 1747 se produce la concesión de aguas, y Juan de Rojas hará los estudios de nivelación necesarios, encargándose un azud con complejo sistema de canalización.
Aunque el proyecto no siguió adelante por falta de financiación, en 1781 Salvador Català demanda la concesión de las aguas para regar sus tierras en la partida castellonense de Benadressa, continuando el proyecto con presa y canal, molino harinero, molino de papel, fábrica de loza y conversión de tierras de regadío en secano. Así, empieza la creación de un nuevo poblado, en la línea de los creados en Sierra Morena a partir del memorial de 1767, un ideal de colonia de nueva planta que no llega a construirse en su totalidad, pero que deja el actual poblado de Benadressa y las masías y alquerías erigidas en su entorno en el siglo XVIII. Se trata de un poblado de traza interesante: viviendas de los trabajadores, casa del burgués como centro absoluto e iglesia, separada del espacio civil de la plaza.
La Masía de La Dehesa es un gran complejo entorno a un edificio de planta rectangular, de tres plantas cubierto con tejado inclinado de teja, donde se ubica la vivienda. A este edificio, se le añaden en los laterales nuevas alas, decrecientes en altura, para uso económico, cerrando el conjunto hacia el oeste un sistema de patios, corrales y picadero.
La fachada principal se organiza entorno a cuatro ejes de vanos, estando ocupada la parte central del muro por un gran reloj de sol, situando dos líneas de huecos a cada lado del mismo. En todo caso, se trata de puertas y ventanales arquitrabados, de mayor tamaño la puerta de acceso central, y de menor tamaño los vanos del tercer cuerpo. Las puertas de la planta baja muestran dinteles y jambas de piedra originales, pese a la intensa transformación del edificio para uso puramente residencial.
Quizá el rasgo más relevante de este edificio, es el jardín que se desarrolla frontalmente, y que lleva desde la construcción al camino por una senda arbolada, que termina en una fuente decorativa. El jardín se organiza con parterres de formas geométricas, siguiendo un esquema propio del paisajismo barroco francés.
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